lunes 7, octubre 2024
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Luz y tinieblas eternas (cuento corto)

Hace 8 horas que descendí en la Luna con dos compañeros más, en el módulo Nicte lanzado desde la Tierra. La Nicte es como el  Módulo Lunar Apolo de los años setenta, solo que tecnológicamente más avanzado.

Día 1.

La fecha es lunes 8 de abril de 2024. Las coordenadas selenográficas del sitio son: 89° S, 75° O. Es un pequeñito valle, a 3 kilómetros del borde del cráter Shackleton,  entre este y el cráter Shoemaker, casi estamos en el polo sur de la Luna. Le di el nombre de “Valle Lise”, en honor a la física Lise Mitner, miembro del equipo que descubrió la fusión nuclear, y que quizás por ser mujer, no fue considerada para compartir el Premio Nobel de Química en 1944.

Descendimos en la fecha exacta de la luna nueva. La región está iluminada como durante el crepúsculo en la Tierra, a pesar de la fase lunar, que como sabemos, no permite ver este satélite natural desde nuestro planeta. Sin embargo, desde el Valle Lise si se notan los bordes del vecino cráter, iluminados por una luz mortecina. Parecen los dientes cariados de un gigante que tiene la boca abierta, como para tragarse todas las estrellas nebulosas y galaxias que vemos en el cielo del sur y así permanecerá siempre.

De pronto suena una alarma en la Nicte, un reloj digital se ilumina, marca las 16:39 UTC.

Eclipse total de Sol, Saros 139. El cono de sombra viajará hacia el oriente por el Océano Pacífico, entrará al continente americano por Mazatlán en México, seguirá hacia Texas y saldrá al Atlántico por New Brusnwick en Canadá. Su máximo será a las 18:17 y concluirá a las 19:55.”

Paola, la primera oficial, nos dice: desde nuestra posición en uno de los extremos del lado cercano de la Luna (mirando desde la Tierra), el planeta se ve siempre frente a nosotros. “no revoluciona”, pero si “rota”, por eso no veremos el final del eclipse.

Sergei, el especialista de misión es geólogo y nos dice: si fuéramos habitantes nativos de la Luna (selenitas, pero no lunáticos), diríamos que hoy tenemos “Tierra llena” y el eclipse que estamos observando, sería un “eclipse parcial de Tierra”. La sombra de la Luna cae sobre una región de la Tierra. Sin embargo, si eclipse fuera de Sol y lográramos observarlo desde aquí, serían excepcional, por su duración, tamaño y nivel de oscuridad. La Tierra cubriría al Sol durante más minutos, que lo que hace la Luna en los eclipses solares, como el de 11 de julio de 1991. Ocurrirían, desde luego, en la fase de «Tierra nueva«.

Día 2 (09/04/2024).

Repasamos algunos datos orbitales y físicos de la Luna: su órbita inclinada 5,1 grados respecto a la eclíptica (el plano de la órbita de la Tierra) y el eje de rotación inclinado 1,5° con su plano orbital. Por eso los rayos solares son casi rasantes a la superficie en ambos polos y ese es el motivo por el cual las crestas de los cráteres cercanos han permanecido un poco iluminadas. Sin embargo, sabemos que el fondo de esos cráteres polares está completamente oculto por la oscuridad más negra, no importa la fase lunar.

Día 3 (10/04/2024).

Paola y Sergei descargan el equipo, incluyendo el “rover”, que les permitirá acercarse a una pared baja del cráter. Luego subirán al borde para realizar la primera exploración de una parte de su circunferencia. Yo me quedaré dentro del módulo, para supervisar y mantener comunicación constante. El Shackleton es un cráter de impacto circular, de 21 km de diámetro y 4,2 km de profundidad. Se supone que su fondo no es plano, que hay algunos montículos de varios tamaños, el central es de unos 200 m de altura. La 3°temperatura en el fondo puede bajar a -183°C a 90 y podría haber hielo diseminado, o mezclado con el suelo. Este hielo posiblemente proviene del núcleo del cometa que originó el cráter hace unos 3600 millones de años.
Día 4 (11/04/2024).

Sergei y Paola conducen el “rover”, hasta un punto donde la pared tiene una inclinación de 35°. Lo estacionan de manera segura y comprueban que el mecanismo de control remoto esté activo, por si yo lo necesito y debo retrotraerlo.

El borde del cráter está 50 m más alto que el nivel promedio del Valle Lise, por lo que solo les falta subir 32 m. Usarán sus “jetpacks”, cuyos retrocohetes permiten ascender o descender en el débil campo gravitatorio de la Luna. A las 08:00 (hora de la Nicte), informan que llegaron arriba, se quitan los jetpacks, los colocan en un lugar seguro y comienzan a explorar el perímetro.  Se dan cuenta que les tomó mucho menos tiempo que el esperado y toman una arriesgada decisión personal que no está en el protocolo. Como están descansados, con luz crepuscular, con suficiente oxígeno y energía, deciden bajar unos quinientos metros hacia el fondo del Shackleton, pero no me lo harán saber. Estiman que pueden subir y bajar en una hora. Decidido el cambio de planes usan su equipo de alpinismo para asegurar dos cuerdas en sendas rocas del borde del cráter, que parecen sólidas y firmes y comienzan a bajar, son las 09:00. Las cuerdas son delgadas fibras de carbono de resistencia y elasticidad excepcional, tienen una longitud de 600 m, sujetas a un arnés en la espalda, como las correas para perros y están arrolladas a un anillo en la cintura de cada traje espacial. Pueden soltarse y enrollarse a voluntad con tres comandos de voz, transmitidos por bluetooth a un pequeño motor incorporado en sus trajes de astronauta. Sólo tienen que decir los nombres de tres notas musicales de la siguiente manera:

  • “do” de 261,6 hertzios para subir
  • “si” de 493,8 hertzios para bajar y
  • “fa” de 349,2 hertzios para detenerse.

Inician el descenso y cada vez está más oscuro. A las 09:15 llega el momento de usar las linternas, la altimetría señala que han descendido 500 m. Todo ha resultado simple, las paredes son lisas, firmes, sin arena suelta y la pendiente promedio de unos 60 grados ha permitido un descenso relativamente fácil y rápido. Aquí toman un descanso sobre una pequeña saliente y aprovechan para darme un informe, fingiendo que aún exploran el borde. Yo lo escucho, sin embargo, la telemetría recibida me indica que no están sobre el cráter, pero cometo el error de pasar por alto esa diferencia, suponiendo que es causada por una falla de calibración.

De pronto sucede algo inesperado; la saliente rocosa se quiebra, Sergei pierde el equilibrio, sufre un severo golpe en su casco, que repercute en su cabeza y pierde el conocimiento. Cae por la pendiente y desciende unos 50 m, hasta que el mecanismo que controla su cuerda se activa automáticamente y frena la caída bruscamente. El esfuerzo mecánico del impacto hace que la cuerda de Sergei sobrepase ampliamente su límite elástico, se fractura y revienta. Ya sin ningún control reanuda su caída inexorable, dando tumbos hacia abajo, con golpes y ruidos que nadie puede ver ni escuchar, posiblemente dejó de existir mucho antes de llegar al fondo del cráter.

Paola imagina aterrorizada la escena, pero no puede ver nada, no puede escuchar nada, solo puede suponer un fatal desenlace. La emoción y la angustia alteran los latidos de su corazón, respira con dificultad, tiene un exceso de saliva en su garganta, siente que se ahoga, quieres quitarse el casco, pero si lo hace, entonces si se ahogará. Pensando en su compañero y algo confundida trata de activar varias veces el comando de parada; grita “fa- fa- fa”, pero no obtiene ninguna respuesta, ella está en reposo y su registro sonoro no aplica al equipo de Sergei. Desesperada quiere echar mano a su jetpack, pero se ha quedado arriba. Trata de comunicarse por radio, pero las paredes del Shackleton no permiten una transmisión clara hacia la Nicte. Su única opción es escalar la pared interior ayudada por el cordón umbilical de su cuerda, una vez allí comunicar lo sucedió y esperar un rescate.

A las 10:45 recibo la noticia del accidente. Son las 10:50, el mecanismo de control remoto del rover está funcionando y lo hago regresar de manera eficiente, regresa a las 11: 35. Llego al sitio donde iniciaron el ascenso, me coloco el jetpack y 25 segundos después estoy arriba, junto a Paola, con un equipo de primeros auxilios. Está seminconsciente, el traje está intacto, pero respira con dificultad, parece algo deshidratada y débil. Con esfuerzo, entre los dos logramos colocarnos los “jetpacks” y descendemos hacia el rover.

Parece haber un entendimiento tácito entre nosotros. Por ahora no podemos hacer nada por Sergei, está desaparecido, quizás ya sin vida por los golpes recibidos, o porque su dotación de oxígeno está a punto de agotarse. Posiblemente esté en algún punto en la pendiente interna del cráter, o en el fondo de este.

El reloj marca las 13:01 cuando entramos a la seguridad del módulo lunar.

Día 5 (12/04/2024).

Son las 03:24, Paola y yo estamos despiertos y parcialmente recuperados. ¿Cómo encontraremos a Sergei? Usamos el rover, los jetpacks y las cuerdas para trasladarnos rápidamente a lo que quedó de la saliente rocosa en el interior del cráter, donde ocurrió el accidente. Continuamos el descenso en la dirección de la caída de Sergei, Una hora después llegamos al fondo y allí encontramos un inconfundible signo del final de la trayectoria de caída de nuestro compañero. El maltrecho guante de su mano izquierda con su dedo índice, parcialmente atrapado en un pequeño bloque de agua congelada. Posiblemente algo de hielo del fondo se fundió por la energía del impacto y se recongeló casi inmediatamente, debido a la baja presión. Junto al guante, se mira una irregular huella de arrastre de unos tres metros de largo, donde se aprecian cristales de hielo recién formados, mezclados con regolito lunar fino y pequeñas rocas, pero que curiosamente termina abruptamente. Se puede apreciar inequívocamente, que más allá de la huella y en todas direcciones el fondo del cráter no ha sido alterado.
Paola y yo nos juntamos, teniendo cuidado de caminar solo sobre nuestras propias pisadas, usamos las lámparas a máxima potencia e iluminamos la escena en todas direcciones. Nada, todo parece estar inalterado diez metros a la redonda. Sólo se aprecia el típico suelo de un cráter lunar, pero no está Sergei, ni ninguna otra pieza adicional de su traje, no hay ninguna pista de su posible destino. Para nosotros ha desaparecido misteriosamente. ¿Qué hacemos, me dice Paola?

Los manómetros indican que tenemos justo el oxígeno para un regreso rápido.

Apilamos unas rocas que casi no vemos, colocamos encima el guante de Sergei y el transmisor encendido del radiofaro de Paola, cuyos “bip-bip-bip” comenzamos a escuchar. Dos horas más tarde, de regreso en la Nicte decidimos que no habrá día 6, viajaremos a la Tierra inmediatamente.

Luego de insertar en la computadora los parámetros de la trayectoria de regreso, nos elevamos sobrevolando el cráter. Por la radio de la Nicte seguimos escuchando los cada vez más débiles “bip-bip-bip…” del radiofaro.

¿También los podrá percibir Sergei, donde sea que esté? ¿En algún rincón de la fría, eterna y oscura profundidad del Shackleton, o en otro sitio? Nunca lo sabremos.

Ahora nosotros desde aquí arriba, solo nos queda saludar y despedirnos del amigo y compañero cosmonauta, con una mezcla de tristeza, respeto y alegría. Vamos de regreso a la Tierra, con una accidentada misión, casi cumplida.

(*) José Alberto Villalobos Morales es Asesor en Física y Astronomía

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