lunes 7, octubre 2024
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La rasputinización del nido

Con mucho deleite he leído en estos días, un trabajo serio acerca del papel de Rasputín, en la caída del imperio Romanov. Por lo general se leen historietas dignas de asco, buscando exponer a ese personaje como un erotómano. Mucho hay de eso, pero no todo era sexo.

En los últimos años del siglo XIX y principios del XX, Rusia, ese inmenso y atrasado país, ya había llenado todos los baldes de basura para echar sobre su longeva dictadura. Además de haberse fundado sobre zonas multiétnicas muy pobres, la idea de libertad y democracia eran prácticamente inexistentes. Una europeización llevada a cabo por el Zar Pedro el Grande, aunque había creado mecanismos de modernidad, no había logrado sacar de la cabeza de la aristocracia, la idea de un poder omnímodo y dimanante  de la ley natural: irrestricto, aceptado por las inmensas mayorías pobres; una clase burocrática corroedora de las raíces del estado, una aristocracia creada con los siglos e incómoda con los zares, por su demostrada incapacidad para gobernar un imperio en franca decadencia.

El peor enemigo del estado es (son) aquellos (as) advenedizos (as) políticos de ocasión, que se agarran del odio visceral del pueblo hacia la clase política tradicional, creyendo encontrar mesianismo en algunos (as) elementos nocivos desvinculados totalmente al alma nacional. “Es el odio contra lo que nunca fuimos”, “odiamos lo que nos refleja el espejo de nuestro interior”; sin duda un personaje adherido al poder por casualidad sin raíces profundas en esta patria, solo mal puede crear y difundir farsas y sentimientos de odio hacia su suelo de adopción.

Leyendo esa inmensa información acerca del origen, fines y consecuencias de “rasputinizar la política”, recordé un par de personajes de nuestro hoy, que se empecinan en deteriorar nuestra democracia, con discursos totalmente fuera de tono: homilías seculares de odio.

“Dime de qué presumes y te diré de qué careces”, racionalmente dice el refrán, no podemos ser lo que no somos, entonces destruyamos ese inalcanzable objetivo.

Regreso al origen real de la “era Rasputín”, en realidad la sociedad rusa estaba totalmente descompuesta y hasta la más grande organización religiosa (la Iglesia ortodoxa rusa) se había descompuesto, mezclando ideas sectarias con tradiciones religiosas. El país inmerso en guerras ajenas, no alcanzaba para más, con un gobierno insensato y descompuesto, ahí emerge (no nace) el monje metiéndose en los asuntos de estado, gracias a la ineptitud de una zarina extranjera que, lejos de ayudar a un débil e inconexo marido, lo hundía cada día más. En realidad a ella (como a ésta) no le importaba el destino de esta nueva patria, le importaba su bienestar y el de los suyos, de ahí que había mucho abono para agravar una situación totalmente insostenible.

Siempre se ha querido mostrar a Rasputín como un depravado, que acabó con la dinastía Romanov, claro que no fue así, únicamente contribuyó ese extraño a abrir las puertas del infierno político que ya existía. Veamos que meses después llegaba aquel perfecto desconocido que mientras Rusia se masacraba, él vivía un exilio dorado metido en el Cabaret Voltaire, las mismas masas explotadas aplaudían enloquecidas al pequeño político. Marx no se había equivocado al decir que el comunismo no podía fructificar en la atrasada Rusia.

Hoy, metidos en la mayor masacre callejera de nuestro país, escuchamos las voces foráneas despotricando contra nuestra democracia: Rasputín ha llegado a tiempo.

(*) Dr. Rogelio Arce Barrantes es Médico

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